jueves, febrero 15, 2007

Chamanismo y alquimia

En las diversas corrientes de pensamiento se sitúa una génesis oculta que encierra en sí las semillas de una unificación casi imperceptible. Tal hilo luminoso, una especie de cordón umbilical, une ritos, operaciones, simbologías y ceremonias que en apariencia pudieran parecer distantes, pero que a través de una observación más atenta muestran extraordinarias analogías. Estas conexiones no son fruto de la casualidad, sino que, por el contrario, surgen de un análisis eminentemente práctico elaborado durante años, lejos de teorías estériles y fantasías delirantes.
Con frecuencia, en el ámbito hermético y alquímico se mueven personajes que hacen alarde de conocimientos sobre las «drogas sagradas». Escriben acerca de sus efectos y causas, pero en realidad nunca han experimentado en primera persona. Estos «pseudoiniciados» se arrogan el derecho de juzgar y de pontificar sin poseer las claves que certifiquen la validez de lo que dicen. Desconfíen de ellos.


La sustancial diferencia que existe entre éstos y los auténticos experimentadores es la misma que hay entre un recién licenciado en medicina y un hábil cirujano que opera desde hace tiempo y conoce las sutilezas de la profesión.

Plantas sagradas

El uso de sustancias naturales para provocar situaciones de éxtasis es una práctica muy antigua. Las «plantas de poder» sirven para generar un particular estado alterado de la consciencia, cuya finalidad es llegar al autoconocimiento. A este respecto es importante puntualizar que el uso de dichas drogas debe estar necesariamente en manos de personas expertas, auténticos chamanes que mediante profundos conocimientos y gran maestría sean capaces de utilizar las dosis adecuadas para lograr el mencionado estado.

Por supuesto, la droga no debe causar adicción y, sobre todo, debe consumirse sólo con fines rituales. La drogodependencia nada tiene que ver con el contexto iniciático ni con la sacralidad. Un drogadicto es todo lo contrario a un hombre de conocimiento, conviene aclararlo.
El éxtasis es la fase de mayor importancia en las prácticas chamánicas, pero no hay que confundirlo con el éxtasis religioso y místico, porque este último es pasivo, mientras que el del chamán es activo y permite al mismo tiempo acceder al mundo de los arquetipos. De hecho, la palabra chamán proviene de la expresión tungu saman y significa «el que está en éxtasis».


El hongo mágico de Alicia

No es la primera vez que advertimos la presencia de elementos simbólicos dentro de algunos textos literarios, sobre todo los que tienen que ver con el mundo de las hadas. En el caso de la popular novela Alicia en el país de las maravillas hallamos algunos elementos metafóricos referidos a la cuestión que tratamos en este artículo. Por ejemplo, cuando Alicia ha entrado ya en la dimensión paralela, se desespera a causa de sus reducidas dimensiones y pide ayuda a un extraño personaje: una oruga que le aconseja que coma la parte izquierda y derecha de un determinado hongo, con el objeto de agrandarse o achicarse a su gusto.

Este pasaje, es evidente, alude a los hongos amanita muscaria, un cactus sagrado ligado a la cultura yaqui y a la de los nativos americanos en general. Walt Disney, iniciado en determinados conocimientos esotéricos, muestra lo que decimos de un modo más evidente en su genial filme de animación inspirado en Alicia en el país de las maravillas. La oruga, de hecho, está representada fumándose un narghile (una especie de pipa).

Su aspecto es el de un sabio, un maestro que habla de manera sibilina. El narghile es un objeto que alude a estados de éxtasis alcanzados con sustancias psicotrópicas. Alicia, además, se sienta encima de un hongo que recuerda de alguna manera al peyote. Sus propiedades, capaces de agrandar o empequeñecer a quien lo toma, llevan tanto a la supresión momentánea del ego como a la expansión de la consciencia, es decir, al microcosmos (Hombre) y al macrocosmos (Universo).

Alquimia y chamanismo

También en las prácticas alquímicas, el consumo de sustancias alucinógenas asume un papel de primer orden. En este caso la droga debe proveer un apoyo para trascender la consciencia, permitiendo penetrar en el reino astral y en los distintos planos que lo componen. Al igual que en el chamanismo, el éxtasis asume un valor indiscutible en el contexto alquímico.

A través de él se puede alcanzar el arquetipo simbólico y descifrar el lenguaje oculto que abrirá las puertas del «templo interior», ofreciendo al alquimista la esperada iniciación completa. Existen numerosos puntos de contacto entre la senda del chamán y el ligado a la alquimia operativa. El chamán desciende al reino de las sombras o de los arquetipos oscuros, para entrar en contacto con los espíritus de los difuntos, o con entidades extrahumanas que él controla.
De forma análoga, el alquimista, durante la fase negra (Nigredo alquímica), se adentra en las regiones oscuras de su psique para obtener el estado de pureza, es decir, el renacimiento y más tarde la eliminación de su «materia inferior». A esta primera operación le sigue la obra en blanco (Albedo alquímica), el estado luminoso que anuncia una nueva transmutación. Para el chamán, dicho estado se puede obtener mediante el trance, lo que le permitirá liberar su cuerpo astral y atravesar el tiempo y el espacio, con el fin de acceder a los «otros territorios», aquellos situados más allá de la vida y de la muerte.


En la fase en rojo (Rubedo alquímica), el alquimista pone en acción lo aprendido. Es la etapa activa, conectada con el Fuego Cósmico, Fuego Celeste (Luz Astral) o Gran Agente Mágico Universal. Este fuego natural, o azufre vital, combina las formas que están ocultas dentro de su misma sustancia. El chamán, por su parte, llega a dominar mediante su adiestramiento el elemento ígneo (o espíritu invisible). Por este motivo se dice que es amo del fuego. No es de sorprender que pueda caminar sobre él y hasta tocarlo sin sufrir quemaduras.


Precisamente el dominio sobre dicho elemento le permite cambiar de aspecto y asumir las características de un animal, sirviéndose para ello del denominado cuerpo astral primitivo. ¿Es posible lograr un estado de éxtasis sin consumir sustancias psicotrópicas? Definitivamente, sí. Existen técnicas herméticas que pueden suplir el uso de drogas, pero para ello se necesita un férreo adiestramiento. Mencionaremos algunas de estas técnicas de un modo genérico, pero sin entrar en detalles, pues excederíamos el espacio asignado para este trabajo.


Desde un punto de vista hermético, nos encontramos con conocimientos bien definidos que, una vez adquiridos –aunque es más correcto decir conquistados y comprendidos–, pueden generar una lenta pero constante transmutación, y convertirse en el instrumento primario para el despertar del potencial oculto en el ser humano. Así, el principio de la correspondencia se basa en el hecho de que siempre existe relación entre las leyes y los fenómenos de los diversos planos.
Si se consigue captar el sentido oculto de su funcionamiento, es posible acceder a los secretos custodiados por la naturaleza y sus procesos más velados. Tal principio es universalmente conocido y aplicable sobre varios planos del universo material, mental y espiritual. Los antiguos hermetistas lo consideraban como uno de los más importantes instrumentos mentales para eliminar los obstáculos que impiden el acceso al mundo de los Misterios.


El poder de la vibración


Otro elemento de enorme eficacia está constituido por el principio hermético de la vibración. Tal como afirmaban los maestros del hermetismo: «Nada está quieto, todo se mueve; todo vibra». En nuestros días, la ciencia expresa este mismo concepto, aunque con otras palabras. Lo sorprendente es que la ley en cuestión fue enunciada en tiempos muy remotos por los maestros del antiguo Egipto, los llamados hierofantes.


El principio que mencionamos explica cómo las diversas manifestaciones de la materia, de la energía, de la mente y también del espíritu, surgen en gran parte de los diferentes quantum de vibración. Partiendo del Todo, que es puro espíritu, hasta las formas más groseras de la materia, todo vibra. Cuanto mayor es su vibración, más alta resulta su posición en la escala del ser. Mediante la concentración, la meditación y una particular respiración, con el tiempo se puede percibir y dominar este poder, consiguiendo vibrar al unísono con el Todo.


El tercer principio, llamado de la polaridad, contiene interesantes conocimientos, como explican los maestros: «Todo es dual; todo tiene polos; cada cosa tiene su pareja de opuestos; el símil y el disímil son iguales; los opuestos son idénticos en naturaleza, pero diferentes en grado; los extremos se tocan; todas las verdades no son más que medias verdades y todas las paradojas pueden conciliarse». Observamos que hay aquí una referencia explícita al andrógino alquímico, al igual que una alusión a la parte femenina lunar.


Según esta tesis, el frío y el calor en realidad son idénticos, porque su «división» viene dada sólo por una diversidad de grado. Lo mismo vale para las polaridades femenina y masculina, las cuales, a pesar de la aparente diversidad, pertenecen a una misma entidad, a un único ser. Esta duplicidad tiene que ver también con el cuerpo físico y el astral, dos caras de la misma moneda.
Los antiguos maestros también nos informan sobre el principio del ritmo, elemento de notable valor oculto: «Todo fluye y refluye; todo tiene dos fases; todas las cosas se elevan y caen; la oscilación del péndulo se manifiesta en todo; la medida de la oscilación a la derecha es la medida de la oscilación a la izquierda; el ritmo compensa».


La primera asociación de ideas que surge en la mente después de haber leído este postulado, nos conduce a las diferentes fases de la luna, a la marea baja y alta, a la dualidad de la mente y a muchas otras cuestiones. La capacidad de emitir un soplo magnético frío y caliente se integra en las peculiaridades del principio que estamos analizando. Tal capacidad es bien conocida por los magnetizadores, pero también por quienes operan mágicamente de forma seria.

La respiración parece encarnar de modo perfecto dicho enunciado, pues en este acto se oculta un potencial insospechado. Basta con pensar en las técnicas de inspiración y espiración, acompañadas por ejercicios de visualización, utilizadas por algunos iniciados para la creación de los elementos (aire, agua, fuego y tierra). Se trata de una operación muy peligrosa sobre la que no diremos absolutamente nada. Examinar el mundo de las causas ayuda al futuro alquimista a obtener la posesión de ese elemento misterioso que impregna cualquier manifestación física e hiperfísica.

El principio de causa y efecto explica de forma exhaustiva este concepto. Cedamos nuevamente la palabra a los sabios maestros del hermetismo: «Cada causa tiene su efecto; cada efecto tiene su causa; cada cosa sucede según una ley; la casualidad no es más que el nombre de una ley no conocida; existen muchos planos de causalidad, pero absolutamente nada escapa a la ley». La regla hermética enunciada pone en evidencia que existe una causa para cada efecto y un efecto que preside cada causa.

Esto quiere decir que todo ocurre según una ley, que nada sucede por una combinación banal. En suma, que no existe la casualidad. Subsisten en cambio varios planos de causalidad: los más altos dominan a los más bajos; no obstante nada escapa enteramente a la ley. El verdadero sabio, el auténtico hermetista y alquimista, conoce el arte sutil y los métodos operativos para superar el llamado plano ordinario de causas y efectos.

Sin embargo, no podrá liberarse completamente de dicho mecanismo. Elevándose a un plano superior, el iniciado se transforma en causante, y esto vale tanto para el ámbito del chamanismo como para el de la alquimia, entre otras doctrinas y disciplinas herméticas y espirituales. Elevarse a un plano superior significa dominar la corriente vulgar y profana, convirtiéndose en dueño del camino de uno mismo.

Es lo contrario de lo que hace la masa, que se deja guiar por la sugestión y por los deseos y es manejada como un peón en el complejo ajedrez de la vida. Los cinco principios que hemos presentado están reunidos en el Kibalión, obra hermética atribuida, como otras, al maestro Hermes Trismegisto. Este texto, cuya naturaleza oculta aún hoy permanece en el más absoluto misterio, es la síntesis de las leyes secretas de la naturaleza.

Uno de los conceptos más importantes expresados en el Kibalión está relacionado con la transmutación mental: «La mente (como también los metales y los elementos) puede transmutarse: de estado a estado, de grado a grado, de condición a condición, de polo a polo, de vibración a vibración. La verdadera transmutación hermética es un arte mental».
El secreto de dicho concepto contiene un conocimiento inimaginable, un poder sin igual. Transmutación es un término que en líneas generales se refiere al antiguo arte de la conversión de metales –especialmente los más vulgares– en oro.


Transmutación mental

Transmutar significa cambiar una naturaleza o una forma –al igual que el chamán cuando asume el aspecto de un animal–, o una sustancia en otra. La acción transmutativa, desde un punto de vista mental, designa la capacidad de transformar los estados, formas y condiciones mentales, en otros tantos estados mentales, formas y condiciones. En resumen, la transmutación mental es el arte de la química mental.

Es una forma de psicología mística práctica que, en el plano alquímico, produce auténticos cambios, puesto que el universo mismo es mental. Esto quiere decir que el sustrato de la realidad universal es la mente. Si lo que es universal lo es por su naturaleza mental, entonces la transmutación debe corresponder a un proceso de cambio que actúe sobre las condiciones del universo, en función de la materia, de la fuerza y de la mente.

Es esta la verdadera magia, la que se corresponde con la transformación mental, con la alquimia interior. Estamos frente al secreto de la acción psíquica, sobre la que tantos escritores han hablado en sus obras de mística, hermetismo o alquimia. Una vez establecido que todo es mental, el maestro tendría que ser capaz de controlar tanto las condiciones materiales, como las mentales. Sólo quien ha avanzado en la práctica alquímica puede intervenir con éxito en la realidad circundante, dominando condiciones físicas de gran alcance, hasta lograr el control sobre los elementos.

Así, el chamán camina sobre el fuego y el alquimista domina y dirige las corrientes de la luz astral. El poder de la transmutación actúa sobre la mente de los otros individuos, provocando en ellos cambios conscientes o inconscientes y variando sus estados internos. De todos modos, lo verdaderamente importante es estar abiertos al conocimiento.
Como leemos en el Kibalión: «Cuando se escuchan los pasos del maestro, se abren los oídos de quienes están a punto de recibir sus enseñanzas». Permanezcamos, por tanto, atentos a la sabiduría oculta que nos rodea.


Stefano Mayorcca

martes, junio 20, 2006

El alquimista Jung

El interés de Carl G. Jung por la alquimia surgió de su intenso entusiasmo por el gnosticismo y su deseo -ya desde 1912‑ de encontrar un nexo con los procesos del inconsciente colectivo que allanaría el camino para que la sabiduría (sophía) gnóstica volviera a entrar en la cultura moderna. Jung encontró tal conexión en la alquimia, a la cual vio como análoga a la individuación, el proceso de convertirse en un todo. Jung tuvo muchos sueños significativos durante su vida, entre ellos uno en 1926 en el cual se vio a sí mismo como un alquimista del siglo XVII que estaba creando un gran trabajo de alquimia. El sueño resultó ser profético, porque Jung hizo de la alquimia un punto importante en muchos de sus estudios. Inspirado por éste y otros sueños alquémicos, Jung reunió una gran cantidad de trabajos acerca de la alquimia y se sumergió en el estudio de la materia.

Su investigación estuvo influida en gran medida por The Secret of the Golden Flower (El Secreto de la Flor de Oro), un pasaje chino místico y alquímico descubierto por su amigo Richard Wílhehn y que éste le había entregado en 1928 para que escribiera un comentario. The Secret of the Golden Flower le reveló a Jung el vínculo entre el gnosticismo y la psicología del inconsciente. Al comparar el tratado chino con los trabajos de alquimia latinos, Jung encontró que los sistemas de alquimia tanto de Oriente como de Occidente trataban esencialmente acerca de la transformación del alma. "Yo devoré prácticamente el manuscrito, pues su contenido vino a corroborar inesperadamente mis ideas sobre el mandala y la circunvalación alrededor de un centro. El contacto con esa obra puso fin a mi aislamiento, pues a través de sus páginas logré conocer a mis precursores ideológicos y relacionarme con ellos", confesaría en sus memorias Carl Jung. (Recuerdos, Sueños y Pensamientos, Seix Barral).

Jung se asombró al notar que muchos de sus pacientes, hombres y mujeres de ascendencia tanto europea como norteamericana, producían en sus sueños y fantasías símbolos similares o idénticos a los de mitos, cuentos de hadas, cultos misteriosos y trabajos de alquimia. Esto le condujo a desarrollar sus ideas del inconsciente colectivo, una reposición de imágenes primitivas y patrones de conducta compartidos por la humanidad.

Las primeras palabras importantes de Jung sobre de la alquimia fueron pronunciadas en una conferencia en la que se refirió a los símbolos de la alquimia en los sueños, titulada "Símbolos de los sueños y el proceso de individuación" y ofrecida en 1935 en Villa Eranos, en el lago Maggiore, al sur de Suiza. Un año más tarde, también en Eranos, ofreció otra charla acerca de la idea de la redención en la alquimia. Su primer libro sobre el tema fue Psychology and Alchemy (1944). Aion, Alehemiea! Studies y Mysterium Coniunctíonis también tratan sobre la alquimia. El conocimiento que Jung reunió acerca de la alquimia se ejemplifica a través de todos sus últimos escritos.

Jung vio la alquimia como un proceso espiritual de redención que comprendía la unión y la transformación de la naturaleza. El procedimiento experimental de los alquimistas para disolver y coagular simbolizaba la "muerte" y el "renacimiento" de las sustancias que usaban. Los alquimistas eran parte del proceso y transmutaban su propia conciencia en un estado superior a través de la muerte y el renacimiento simbólicos.

Según Jung, los primeros alquimistas cristianos usaron la piedra filosofal como un símbolo de Cristo. Así, en un sentido místico elevado, la alquimia representa la transformación de la conciencia en el amor, personificado por lo hermafrodita, la unión de los opuestos masculino‑femenino (lo físico y lo espiritual) fusionados en un todo.

Los Arquetipos

Quizás sería bueno citar algunos de los conceptos junguianos más importantes para poder captar mejor su interpretación "psicológica" de la Alquimia. En este sentido habría que empezar por su concepción amplia del psiquismo humano pues para Jung la psique no se limita al Yo consciente sino al conjunto formado por la conciencia (el ser consciente cuyo eje rector es ese Yo), el inconsciente personal (lo vivido pero sumergido en el fondo de la psique individual) y el inconsciente colectivo que rodea a ambos por todos los lados y que está constituido por una serie de nódulos psicoideos a los que llamó arquetipos, los cuales son los referentes inconscientes que modulan la producción de imágenes simbólicas e incluso de los comportamientos y "pautas de conducta" más elementales del ser humano. El carácter que él denominó psicoide del inconsciente colectivo es una de las claves "iniciáticas" del lenguaje críptico de Jung.

Este gran hermeneuta suizo comprendió, con el transcurso de los años, que lo físico y lo psíquico son las dos caras de una misma moneda, que lo externo y lo interno se encuentran profundamente vinculados, que "como es arriba, es abajo", que el espíritu y la materia se encuentran hermanados en una unidad que el llamó psicoidea y que no es sino el "Unus Mundus" de alquimistas como Dorneus. Y este ámbito psicoideo que caracteriza el inconsciente colectivo, se plasma en el mundo humano de forma física y psíquica, en una correlación sincronística con la máxima hermética que dice "como es adentro es afuera". "Gerardus Dorneus -explica Jung- ve la finalidad del Opus alquimista por un lado en el conocimiento de uno mismo, que es al mismo tiempo conocimiento de Dios, y por otro lado en la unión del cuerpo físico con la denominada "unio mentalis", la cual está formada por alma y espíritu y se produce a través del conocimiento de uno mismo. A partir de este tercer nivel del Opus se produce, como él explica, el "Unus Mundus", el "Único Mundo", un premundo o mundo primigenio platónico, que es a la vez el mundo del futuro, o bien el mundo eterno" ( Carl A. Meier: Wolfgan Pauli y Carl G. Jung. Un intercambio epistolar. 1932-1958, Alianza Editorial).

Esta percepción psicoidea se evidencia en sus últimas obras, especialmente en Mysterium Coniunctionis, cuya redacción le llevó una década y que, afortunadamente, se está traduciendo al español para su publicación en libro. Allí es donde Jung destaca que la "Unidad de la realidad" es ese trasfondo común "que es tanto físico como psíquico y, por tanto, ninguna de las dos cosas, sino más bien un tercer elemento, una naturaleza neutral que a lo sumo puede captarse alusivamente, pues en su núcleo es trascendental", o sea, metafísico por utilizar un término religioso. Como ha señalado uno de sus biógrafos, Gerhard Wehr, se evidencia en la obra tardía de Jung la gran importancia que adquiere "todo lo que no es psíquico o, más exactamente, lo que se sitúa más allá de la psique y de la materia, lo que abarca los dos ámbitos del ser, y de ese modo los reúne" (Carl Gustav Jung. Su vida, su obra, su influencia).

Lo psicoideo de los arquetipos, el "Unus Mundus" y su reflejo sincronístico explican, en términos junguianos, la "simpatía" en la respuesta de la naturaleza a la búsqueda anhelante del alquimista. Pero vayamos por partes para comprenderlo.

La Alquimia, para Jung, era ante todo una búsqueda espiritual en la que el alquimista, tratando de encontrar el espíritu mercurial, el "Antrophos", en los elementos de la naturaleza (en la materia), terminaba por hallarlo dentro de sí mismo, y donde queriendo redimir a la naturaleza se redimía a sí mismo. Según Jung, "tanto en Oriente como en Occidente, el núcleo central de la Alquimia está representado por la doctrina gnóstica del Anthropos y es, por completo, con arreglo a su esencia, una peculiar doctrina de redención" (Simbolismo del Espíritu). No todos lo lograban, ni mucho menos, pues era fácil quedar prendidos -como ahora- en la gran "red de la diosa Maya", es decir, en los entrelazamientos provocados por las proyecciones psíquicas a través de las cuales uno ve en los demás, e incluso en los objetos animados o inanimados, características que en realidad no son de ellos sino del inconsciente personal de uno mismo.

El Proceso de Individuación, nombre dado por Jung a la tendencia innata de la psique humana a encontrar su centro, su Sí-Mismo, es un camino progresivo de autoconocimiento, de desvelamientos de las proyecciones que nuestro inconsciente personal emana de forma natural, lo que supone una recuperación consciente de tales proyecciones y, consiguientemente, un gradual mayor conocimiento de uno mismo. Y ese Proceso de Individuación conlleva igualmente ser consciente de la acción de los arquetipos psicoideos en nuestra vida, (la identificación, por ejemplo, con el arquetipo del Viejo Sabio nos haría creer que somos profetas, mesías, un engreído sabiondillo o algo por el estilo). Este Proceso de Individuación, en opinión de Jung, es el que se refleja en los enrevesados términos alquimistas y todo su imaginario simbólico, si bien estimaba que la mayor parte de los alquimistas ignoraban el juego de proyecciones en el que estaban inmersos y sólo unos pocos fueron conscientes de ello y superaron la "red de Maya".

La psique arcaica, según Jung, se encuentra fusionada e identificada plenamente con la naturaleza en una "participation mystique" (como la llamaba Lévy-Bruhl) debida a la enmarañada red de proyecciones -inconscientes, por tanto- que vinculan al mundo exterior con el hombre arcaico (el hombre no racionalista que perdura hasta el Renacimiento, y el hombre de las tribus primitivas). Merced al Proceso de Individuación, y tras una serie ininterrumpida de "solve et coagula" -disgrega y reune-, las proyecciones van desapareciendo, uno asume sus sombras y luces y se sumerge, conscientemente ahora y dotado de "personalidad", en el "Unus Mundus", circunstancia que explica por qué Jung, en su retiro de la torre de Bollingen, hablaba a las sartenes y otros objetos. Había recuperado la "unidad perdida" y su "centro".

lunes, mayo 22, 2006

El simbolismo del Ouroboros

El uróboros u ouroboros es un símbolo ancestral que muestra un gusano, una serpiente o un dragón alado engullendo su propia cola y formando así un círculo. En algunas representaciones antiguas aparece complementada con la inscripción griega Hen to pan, es decir el Uno, el Todo. El ouroboros reune, así, los contenidos de varios símbolos en uno: la serpiente, las alas, el suicidio, el círculo.

La serpiente representa la sabiduría ancestral, el mito primigenio del mundo subterráneo. Las alas, más allá de simbolizar lo espiritual, son la sublimación de lo material. La autodestrucción o suicidio es el hecho de que el animal se devore a sí mismo, que es a su vez metáfora del ciclo vital, donde no hay frontera clara entre inicio y fin. El círculo es la idea sintética de la perfección.


Orígenes

Se asocia a la alquimia, al gnosticismo y al hermetismo. Representa la naturaleza cíclica de las cosas, el eterno retorno y otros conceptos percibidos como ciclos que comienzan de nuevo en cuanto concluyen. En un sentido más general simboliza el tiempo y la continuidad de la vida. En algunas representaciones el animal se muestra con una mitad clara y otra oscura haciendo recordar la dicotomía de otros símbolos similares como el yin y el yang. Hay quien ha sugerido que el uróboros es un símbolo de autofelación.

Se cree que está inspirado en la Vía Láctea, pues algunos textos antiguos hacen referencia a una serpiente de luz que mora en los cielos. En la mitología nórdica, la serpiente Jormungand llegó a crecer tanto que pudo rodear el mundo y apresarse su propia cola con los dientes. De la dinastía Chou en China (1200 ac) se han hallado grabados de ouroboros, simbolizando la continuidad de la vida con el dragón mordiéndose la cola.

Según la Enciclopedia Británica, el Uróboros u Ouroborus, es la emblemática serpiente del antiguo Egipto y la antigua Grecia, representada con su cola en su boca, devorándose continuamente a sí misma. Expresa la unidad de todas las cosas, las materiales y las espirituales, que nunca desaparecen sino cambian de forma perpetua en un ciclo eterno de destrucción y nueva creación.

El registro más antiguo de su aparición es en un libro de Alejandría, en el siglo II, que decía hen to pan, o "uno, todos". Aquí ya se lo presenta mitad blanco, mitad negro, demostrando la dualidad presente en todo.


Alquimia

Hermes -dios de la alquimia- define el ouroboros así: "Serpens cuius caudam devorabit", serpiente que devora su propia cola, simboliza al Mercurio alquímico. Simboliza la unidad cósmica, base del pensamiento hermético (Uno-Todo 'en to pan). Su forma circular, símbolo del mundo, es una alusión al "principio de clausura" o al secreto hermético. Por añadidura, enuncia la eternidad concebida como "eterno retorno". Lo que no tiene ni principio ni fin.

En la edad media a la serpiente llamada por los griegos Ouroboros se le asimiló con el dragón y se le impuso una actitud y un valor esotéricos, semejantes a los de la serpiente helénica. Dada la importancia de este emblema, es, con el sello de Salomón, el signo distintivo de la Gran Obra.

En la Alquimia, el Ouroboros simboliza la naturaleza circular de la obra del alquimista que une los opuestos: lo consciente y lo inconsciente. También es un simbolo de purificación, que representa los ciclos eternos de vida y muerte.

En el Ouroboros comienzo y fin se reencuentran en un ritual constante de autotragamiento, imagen emblemática de la Gran Obra como opus circularis. Esta concepción de la Obra está ligada al recorrido del sol tanto como al motivo de la peregrinación del héroe y al de la cuaternidad, ya que el sol se mueve por cuartos trazados en el cielo.

Dentro de la Gran Obra la cabeza del dragón o del Ouroboros, señala la parte fija, y su cola, la parte volátil del compuesto. En la iconografía alquímica el color verde se asocia con el principio mientras que el rojo simboliza la consumación del objetivo del Magnum Opus (la Gran Obra).

Análisis de René Guénon

En el ouroboros encontramos la unión del mundo ctónico - en la serpiente - con la del mundo celeste - en el círculo que esta forma -. En sí contiene la dualidad y el tercer elemento invisible y fundamental que hace que todo exista y que Ouroboros se muerda la cola y pueda engullirse a sí misma, recrearse y regenerarse eternamente.
Al autofecundarse sin cesar encontramos un afán de equilibrio ya que si creara vida sin poner un límite, tendríamos un cosmos atiborrado de seres y así entraríamos en el caos, o sea el no-ser. Este equilibrio lo es de los principios fundamentales que nos rigen, de vida, de muerte, del macho y la hembra, del Yin y del Yang.

Existe un detalle: para que la vida se manifieste es necesaria la muerte, ( por eso la ambivalencia del símbolo que contiene en sí significados opuestos y con ello nos lleva a la unidad) esto forma parte del equilibrio, por eso Ouroboros se muerde la cola.

Ouroboros vislumbra tres pasos de la manifestación de esa vida: creación, sustentación y destrucción (simbolizado claramente en la Trimurti hindú). Y nunca hay que perder de vista la esencia invisible que hace que esos tres aspectos sean diferentes fases de una única cosa. En conclusión, volvemos al tres que es uno.

En Alquimia esto se entiende como vida, muerte y resurrección ("mejor" vida). Es necesario que la paloma dentro de la redoma atraviese la oscuridad de la noche para poder llegar a la luz. Pasará por cientos de procesos para llegar a ella, pero debe conocer el dolor, o sea la transmutación final: el Rebis, la Unión, la síntesis perfecta de los contrarios.

Los principios antagónicos (dualidad) del Ars Magna, son el azufre (en ocasiones representados por un león) y el mercurio ( a menudo simbolizado por una serpiente); el azufre es Yang, masculino y fijo, y el mercurio es Yin, femenino y volátil. Y el tercer principio es la sal que brinda el equilibrio a los dos anteriores y permite su unión.

Análisis de Carl Jung

El psicólogo suizo Carl Jung vio en el ouroboros el mandala básico de la alquimia que existe desde la antigüedad (se remontó a la mitología egipcia). Anunció que esa serpiente engullendose a sí misma uno de los arquetipos de la psique humana.

Jung definió la relación del ouroboros con la alquimia:


“Los alquimistas, que a su manera, sabían más sobre la naturaleza del proceso de individualización que nosotros lo hacemos actualmente, expresaron esta paradoja con el símbolo del uroboros, la serpiente que engulle su propia cola. En la imagen histórica del uroboros está el pensamiento de devorarse a uno mismo y convertirse en un proceso circulatorio, porque era claro para los alquimistas más astutos que la materia prima del arte era el hombre mismo. El uroboros es un símbolo dramático para la integración y asimilación del contrario, es decir, de la sombra. Este proceso de la ' regeneración ' es al mismo tiempo un símbolo de la inmortalidad, puesto que el uroboros se mata sí mismo y se trae a la vida, se fertiliza y se da a luz. Él simboliza el que procede del choque de contrarios, y por lo tanto, constituye el secreto de la materia prima que proviene indiscutiblemente de la misma raíz del inconsciente del hombre.” (Trabajos,Vol. Recogidos 14 pag.513)

jueves, mayo 11, 2006

Rosales de los filósofos

Las Catedrales son una glorificación muda pero gráfica de la antigua ciencia de Hermes, guardan el simbolismo alquimista y marcan el camino a seguir para llegar a la cúspide, al Absoluto y una de sus características son los grandes rosetones. El presente artículo explica detalladamente el significado alquímico de las flores (Rosa-Rosetón) y sus representaciones en las principales catedráles góticas.

Los colores de las rosas fueron elegidos por los alquimistas para describir los estados de su obra, y sus propios tratados se titularon a menudo "rosales de los filósofos".

En general, el loto, el lirio o la rosa se relacionan con el arte alquímico a través de los rosetones románicos y góticos. En la Edad Media, el rosetón central de las catedrales se llamaba Rota, o rueda. Y precisamente, como dice Fulcanelli en El misterio de las catedrales, la rueda es el jeroglífico alquímico por excelencia pues hace referencia al tiempo necesario para la cocción de la materia filosofal.

De hecho, el combustible que el alquimista ha de mantener constante dia y noche para provocar los diversos efectos que se observan de la redoma se llama "fuego de rueda". El rosetón asegura Fulcanelli, representa por sí solo la acción de este fuego y la duración de la cocción. Y es una constante en la arquitectura religiosa de los siglos XIV y XV, por lo que se dio al estilo de esta época el nombre de "gótico flamígero".

La mayoría de los rosetones - de Nôtre-Dâme, de Chartres o de Lyon, por ejemplo- representan rosas estrelladas de seis pétalos que reproducen el Sello de Salomón, una estrella de seis puntas cuya aparición, en la materia prima, significa para los alquimistas que se ha seguido el buen camino y que el elixir ha sido preparado según los cánones. Para todos aquellos que sepan descifrar este lenguaje oculto, las flores siempre tendrán, como dijo el poeta Novalis, un mensaje: es posible recuperar el estado edénico y la armonía que caracteriza a la naturaleza primordial, tan sólo es necesario cultivar las virtudes del alma y unirlas en un ramillete de perfección espiritual.


Gloria Garrido

viernes, abril 07, 2006

El lenguaje secreto de los alquimistas

Uno de los factores que provocan la complejidad y misterio de la alquimia es su lenguaje repleto de metáforas, guiños religiosos o paganos. Un lenguaje sólo descifrable por los iniciados que tenía un objetivo: que este conocimiento no cayese en malas manos. Con el deseo de que siga vigente esta finalidad aquí se dan algunas claves para interpretar los tratados alquímicos.

En la mitología griega, Afrodita (Venus) se casa con Hefesto (Vulcano), pero tiene una aventura con Marte. El esposo les sorprende in fraganti y lanza sobre ellos una red de bronce para frustrar la unión. Este relato transmite discretamente la fórmula para fabricar una batería como la descubierta cerca de Bagdad en 1936. Al planeta Venus corresponde el metal cobre, que unido al hierro (Marte) produce la aleación bronce (red de Vulcano), dios herrero de la fragua). Otro elemento sugerido es el alquitrán, que abunda en la proximidad de los volcanes.

En un recipiente de arcilla con forma de matriz, fabricado con ayuda del fuego, se introduce un cilindro de cobre (vagina de Venus) y una barra de hierro (falo de Marte), aislados mediante alquitrán (Vulcano). En la teoría alquímica, el esperma masculino es un medio ácido y el útero alcalino. Si se rellena dicho recipiente con una solución de zumo de vinagre (que antiguamente se empleaba como anticonceptivo), obtenemos la batería descrita.

Este sólo es un ejemplo - entre muchos otros – que ilustra la forma en que se transmitían los conocimientos a través de los mitos. Esculapio, dios griego de la Medicina y equivalente de Hermes y del Thot egipcio, aparece como hijo de Apolo (Sol) y discípulo del centauro Quirón. Sus hijas son Higia (higiene) y Panacea (remedio universal), que simbolizan los dos pilares de la antigua ciencia médica: asepsia y medicamento.

Otra forma de transmisión críptica - común en la Europa medieval –era valerse de la liturgia cristiana. Así, por ejemplo, las fases del proceso alquímico podían representarse como elementos rituales: la putrefactio se simbolizaba con la extremaución; la destilatio mediante la ordenación sacerdotal; la calcinatio equivalía a la penitencia; la coagulatio al bautismo; la sublimatio a la confirmación y la transmutación de los elementos a la transubstanción de la Eucaristía (transformación del pan y el vino en el cuerpo y sangre de Cristo). Como observa Carl Jung en Psicología y alquimia la piedra filosofal fue un símbolo de Cristo.

No obstante, sería un error incurrir en una interpretación atendiendo a un único nivel de significado. No estamos sólo ante una equivalencia simple, sino también ante una representación del proceso alquímico como transposición de la propia liturgia cristiana, en la medida en la cual la Gran Obra incorpora lo espiritual y lo moral. El alquimista no trataba sólo el cuerpo, sino que entendía la enfermedad como carencia o desequilibrio de un todo que integraba cuerpo-alma-espíritu y lo asociaba a otros planos (astros y zodíaco, formas geométricas, números, etc.)
A cada órgano correspondía un planeta (el ojo derecho al Sol y el izquierdo a la Luna). La parte derecha del cuerpo representaba el lado masculino del ser, como la izquierda el femenino. La fusión de ambos principios en un solo ser se representaba con el Andrógino o Hermafrodita divino (imagen inferior) y constituía el objetivo de la evolución humana, pero también se aplicaba a las transmutaciones de la materia.

Luis G. La Cruz

martes, marzo 14, 2006

Inconsciente colectivo, magia y alquimia

El siguiente artículo es la muestra perfecta de la actualidad que tiene la “Gran Obra” alquímica, podemos pensar que los alquimistas son personajes históricos de épocas donde la superstición dominaba al ser humano. Todo lo contrario. Dentro de campos como la psicología, la física cuántica y, por supuesto, la química, se bebe de la fuente de la alquímia. Uno de los grandes psicólogos del siglo XX, Carl Jung, utilizó principios mágicos y alquímicos para su más famosa teoría: El inconsciente colectivo.

“Si he visto más lejos ha sido porque he subido a hombros de gigantes”
Sir Isaac Newton, matemático y físico británico. Estudió alquimia.


El inconsciente colectivo junguiano hace referencia a una serie de imágenes y asosiaciones mentales que pertenecen tanto a la mente primitiva como a la psique del hombre moderno. Jung llama a estas imágenes ancestrales “arquetipos”, y asegura que su universalidad y carga emocional pueden desencadenar violentas reacciones individuales o colectivas. El Héroe o Mesías, cuyo humilde nacimiento oculta un orígen real o divino; el Árbol cuya expansión simétrica de ramas y raíces une el cielo con el mundo subterráneo; la amenazadora Noche que hay que atravesar para llegar a la luz; el Fuego que calienta y devora, protege y purifica; el Báculo, apoyo, cetro o vara que hace brotar las fuentes de la tierra y los milagros de lo invisible...

El “Animus” y el “Anima” son dos de estos arquetipos. El “Anima” es la parte femenina del hombre, adopta la imagen de una mujer y tiene una función redentora: en el simbolismo literario o cristiano serían la Beatriz de Dante, la Margarita de Goethe, o la Virgen María. Por su parte, el “Animus” es la parte masculina de la mujer y es representado bajo la forma de un anciano sabio. Ambos arquetipos son inconscientes y es preciso rescatarlos y darles la luz de la conciencia. Cuando el “Animus” aparece en el sueño de una mujer significa que ésta ha de integrar su parte masculina, y viceversa.

La “Gran Obra”

Al buscar antecedentes de doctrinas que hubieran contemplado el valor de los arquetipos, Jung encontró que tanto los gnósticos como sus herederos, los alquimistas medievales, y los magos renacentistas habían hecho uso de ellos. En Arte de la Memoria, Giordano Bruno expone mediante arquetipos toda la sabiduría que contienen los cielos estrellados y dice: si alguien es capaz de grabar estas imágenes en el inconsciente tendrá entonces los medios de captar el poder del cosmos, poseerá la facultad de abrir las puertas de la psique y aportar salud a la raza humana. Jung descubrió asimismo que durante el proceso de la “Gran Obra” alquímica podían sobrevenir al operador visiones y sueños en los que emergían el Dragón, Hermes, el Ouroboros, la Dama o el Caballo... Las visiones de Zósimo de Panópolis, un alquimista del siglo III, analizadas por Jung en Psicología y simbólica del arquetipo, ilustran cómo el arte real puede expresarse a través de las imágenes oníricas y revelar la conducta a seguir durante el proceso de la Gran Obra alquímica.

Gloria Garrido

domingo, marzo 12, 2006

Los reflejos del lago



He querido levantar la nema de estas misivas alquímicas ( ya que estoy apostando por su vocación sincrética) con un pequeño cuento de Paulo Coelho titulado como este espacio “El alquimista”, puede parecer que no tiene mucha relación con la ciencia alquímica -la precursora y seguramente más avanzada que la química actual-, pero recoge en su contenido el fin que para mi tiene esta sabiduría, esta piedra filosofal, el significado de la metáfora de transmutar el plomo en oro, un proceso interior que debe llevar a cabo todo hombre, transformar el vacío que nos llena en una invasión de la nobleza áurea que supone conocernos a nosotros mismos.
Tal vez hoy encuentres una mirada donde contemplar el destello de eternidad que llevas dentro.

El Alquimista cogió un libro que alguien de la caravana había traído. El volumen no tenía tapas, pero consiguió identificar a su autor: Oscar Wilde.
Mientras hojeaba sus páginas encontró una historia sobre Narciso.
El Alquimista conocía la leyenda de Narciso, un hermoso joven que todos los días iba a contemplar su propia belleza en un lago.
Estaba tan fascinado consigo mismo que un día se cayó dentro del lago y se murió ahogado. En el lugar donde cayó nació una flor, a la que llamaron narciso.
Pero no era así como Oscar Wilde acababa la historia.
Él decía que, cuando Narciso murió, llegaron las Oréades – diosas del bosque –y vieron el lago transformado, de un lago de agua dulce que era, en un cántaro de lágrimas saladas.
- ¿Por qué lloras? – le preguntaron las Oréades.
- Lloro por Narciso – repuso el lago.
- ¡Ah, no nos asombra que llores por Narciso! – prosiguieron ellas-. Al fin y al cabo, a pesar de que nosotras siempre corríamos tras él por el bosque, tú eras el único que tenía la oportunidad de contemplar de cerca su belleza.
- ¿Pero Narciso era bello? – preguntó el lago.
- ¿Quién si no tú podría saberlo? – respondieron, sorprendidas, las Oréades.
- En definitiva, era en tus márgenes donde él se inclinaba para contemplarse todos los días.
El lago permaneció en silencio unos instantes. Finalmente dijo:
- Yo lloro por Narciso, pero nunca me di cuenta de que Narciso fuera bello.Lloro por Narciso porque cada vez que él se inclinaba sobre mi orilla yo podía ver,en el fondo de sus ojos, reflejada mi propia belleza.
Metamorfosis de Narciso (1937) - Salvador Dalí